TERMINOLOGÍA Y TRADUCCIÓN
Miguel Ángel Vega
Universidad Complutense de Madrid
El título del tema que se me ha sugerido y que coincide, entre otros, con el de una afamada revista internacional publicada por la Unión Europea en Luxemburgo —lo cual me provoca una justificada sensación de hacer llover sobre mojado—, tiene dos vertientes, la pasiva y la activa. Una reflexión del binomio traducción y terminología, terminología y traducción podría atacarse desde múltiples puntos de vista. Voy a limitarme al aspecto más fenomémico en lo referente a la traducción humana. En todo caso podrá interpretarse bien en sentido activo, es decir, el traductor como productor de terminología, bien en sentido pasivo: el traductor/la traducción como producidos por la misma, como usuario. Voy a intentar hacer algunas reflexiones sobre ambas vertientes del tema que no pretenden ser más que eso: reflexiones. Para ello me voy a basar en la experiencia de la enseñanza y el ejercicio de la traducción —insisto que refiriéndome sólo a la traducción humana— tal y como la obtengo de los diversos campos de actuación (la universidad, la traducción literaria, la traducción libre, etc.), ateniéndome lo más estrictamente posible a la realidad y evitando la interferencia en el análisis de ésta de cuadros desiderativos, para que, mostrando los déficits y superávits al respecto, se pueda diagnosticar una situación a primera vista insatisfactoria y recetar el correspondiente remedio.
1. Niveles de la terminología
Hablar de traducción y terminología impone una consideración inicial: la terminología/terminografía, a pesar de su origen histórico —como se sabe en una escuela de traducción—, tiene/n una primera y fundamental referencia y aplicación intralingüística, al ordenar y sistematizar para uso doméstico, es decir, dentro de una lengua dada un conjunto de reales y sus correspondientes conceptos y términos. La terminología existiría y debería existir aunque no tuviera una aplicación interlingüística. Si no secundariamente, sí en segundo plano, ese ordenamiento puede y debe ser susceptible de un tratamiento contrastivo con los de otros sistemas distintos de reales/lengua. Y es aquí donde efectivamente entra su aplicación a la traducción, pues ésta es el caso "realmente existente" de semejante contraste.
2. Aplicación de la terminología a la traducción
Dicho esto, ¿cuáles son las utilidades traductivas de esta disciplina? Quisiera hacer valer el desdoblamiento conceptual que se encierra en esa especie de hiperónimo: la terminología propiamente dicha, teórica y descriptiva, y la terminografía, operativa y aplicada.
2.1. La terminología
Personalmente creo que la terminología, entendida como "conjunto de criterios de ordenación conceptual y onomasiológica de serie de reales" o, dicho de otra manera, como "teoría del trabajo terminográfico", tiene una limitada aplicación en la enseñanza de la traducción y escasa por no decir nula en su ejercicio, a no ser que al mero interés de supervivencia profesional se una el interés científico, no sólo legítimo sino, incluso, deseable. Al igual que el estudio de la lexicología no forma necesariamente buenos traductores ni necesariamente los perfecciona, tampoco el estudio de la teoría terminológica perfecciona manifiestamente el trabajo traductivo. A la inversa, tampoco el ejercicio de la traducción, la experiencia profesional del traductor sirve para hacer de él un lexicólogo, aunque pueda convertirle en profundo conocedor del léxico. Por eso, en lo referente a la enseñanza de la terminología en las Facultades de Traducción, bastaría que, en una introducción a los fundamentos del trabajo terminográfico y al uso de los tesauros, el profesor encargado de la asignatura diera unas nociones básicas y mínimas —distinción entre lexicografía y terminología, características de las lenguas de especialidad, concepto y término, normalización, normación, oficialismo o términos normalizados, neología, etc.— para que con ello quedaran cubiertas las necesidades de conocimiento teórico de la terminología en el trabajo del traductor.
En principio, al igual que el teórico de la terminología y el práctico de la terminografía no tienen por qué ser traductor —si bien algunos postulan la capacidad traductiva para el terminógrafo como requisito fundamental—, a la inversa, tampoco un traductor tiene por qué ser un terminólogo. El rendimiento profesional, es decir, económico, que un traductor pueda sacar de la teoría, de la descripción terminológica, es escaso, a no ser que quiera añadir a su capacidad traductiva, la de terminólogo. Secundariamente, dado que el traductor puede ser el primer usuario/(proto)lector de un texto técnico y su primer reformulador en una lengua/cultura, habría que darle la capacidad para que, en caso de topar en su actividad con neologismos en la lengua de partida, sea capaz de formar, conforme a las leyes del propio idioma y de la terminología, los neologismos pertinentes, si bien en este caso siempre debería asesorarse de un terminólogo.
2.2. La terminografía
No es este el caso de la terminografía, pues, como inicialmente he propuesto, el traductor a) puede ser productor de la misma y b) es y debe ser usuario de la misma.
2.2.1. El traductor como terminógrafo
He dicho que el traductor "puede ser" productor de terminografía, aunque de ordinario no lo es. Y al respecto no hay que hacerse ilusiones. Terminógrafo puede ser o bien el que se dedica al ocio de la enseñanza, al ocio de la escuela —aludo a la etimología del término escuela— o aquel que de este trabajo especializado quiera hacer su profesión, no así el profesional de la traducción que se dedica por imperativos existenciales al negocio de la traducción y al que normalmente no le van a pagar por la realización de trabajos terminográficos en sus múltiples modalidades. Difícilmente un traductor que ejerza la versión pro panem lucrando sacará la tranquilidad espiritual para dedicarse a la realización de los complicados ejercicios de sistematización conceptual, ni siquiera ad usum privatum. Personalmente no conozco a ningún traductor en ejercicio que dedique sus pocas horas libres a condensar sus experiencias terminóticas para la posteridad y ni siquiera para sí mismo. Los conocimientos que adquiere en su contacto con la realidad real y la textual los archiva mentalmente de una manera intuitiva y experimental.
Y tal como están las cosas, dudo de que esta situación pueda variarse esencialmente. Los traductores son unos ganapanes, dicho llanamente. En las escuelas de traducción se orienta la pedagogía a la obtención de un perfil profesional específico: el de un traductor de base que se gana su sustento con el ejercicio de la traducción y que, en definitiva, no es, si se me permite la expresión, más que un cura de misa y olla al que hay que darle el misal y basta. Hace años que la traducción dejó de ser un ejercicio de ocio cultural que realizaban los escolásticos eruditos que además de enseñar o escribir, traducían. La profesionalización del ejercicio de la traducción lleva a los traductores, más que a la "especialización", a la "economización" de su actividad. Por eso, la mayoría de las veces y en el mejor de los casos, su relación con la terminología se limitará a convertirse en un usuario de aquellos materiales terminográficos a su disposición, si es que tiene conocimiento de ellos, y a lamentarse de la escasez de los mismos. El tiempo, como es obvio, resulta un factor importantísimo en la productividad del proceso de producción traductora. Mientras no se pretenda convertir el perfil profesional del educando en las escuelas de traducción en algo más polivalente que el de un simple ejercitante de la traducción, tarea en la que el profesional pronto se verá parcialmente desplazado por la máquina, las cosas seguirán como están. Una posible polivalencia del perfil profesional iría expresada en el término Sprachmittler o mediador lingüístico o comunicador, quizás también en el de langagiers. Nuestras escuelas deberían cambiar su denominación y, consiguientemente, sus objetivos para ofertar una serie de posibilidades profesionales en el ámbito de la lengua que no se redujeran a la traducción e interpretación. Una de esas posibilidades podría ser precisamente el montaje de un currículo, paralelo o integrado, de terminólogo/terminógrafo. En todo caso, debo recordar que, cuando hace unos años, en 1989, se celebró en Italia, patrocinado por la aiti, un congreso sobre el tema Le nuove professioni per il traduttore e l'interprete, una comunicante, la profesora vienesa Bulher, abogó por la neta separación de las profesiones de traductor y terminólogo. Posiblemente el marco idóneo para un currículo de terminólogo sería el tercer ciclo —doctorado o máster— con base de traducción.
Sólo los traductores funcionarios o los aprendices de traductor en las escuelas podrán y, en el último caso, deberán desarrollar un interés por encima de las necesidades vitales e intentar ordenar o aprender a ordenar la experiencia conceptual del caos textual. Con todo, el rendimiento terminográfico de los estudiantes de las escuelas de traducción debe calificarse de escaso, a no ser que se realice en forma de trabajo doctoral o equivalente. Los conocimientos temáticos que el trabajo terminográfico requiere no son cubiertos por los que se mediatizan en las escuelas de traducción y, si bien es verdad que en terminología es perentorio el trabajo en equipo, la labor de orientación lingüística que podría aportar el traductor no siempre compensará la introducción de un traductor en los equipos terminográficos. Sólo en el caso de que, para obtener la superior cualificación científica, la del doctorado, el estudiante se dedicara, con la totalidad que exige la realización de una tesis, a la terminografía, se podría tener en cuenta la aportación escolar a la terminografía e, incluso, a la terminología.
Sin embargo, esa modesta tarea terminográfica que los alumnos de nuestras escuelas puedan desarrollar adquiere un valor añadido: el valor formativo o pedagógico inherente. Efectivamente, siendo la exactitud y la precisión las virtudes —teologales y cardinales— de la traducción de textos de lenguas especiales, habrá que imbuirles de un sentido acendrado de las mismas que encontrará en la terminología su mejor vehículo. El valor formativo del trabajo terminográfico lo hace aconsejable muy por encima de los créditos establecidos, si bien siempre con una base pragmática y orientada al futuro ejercicio profesional. Este le exigirá un hábito de conceptualización de la realidad que tiene en la terminografía su mejor vehículo, pues le creará lo que Norbert Kalfon llama la "conciencia terminológica".
2.2.2. El traductor usuario de la terminografía
Ante este estado de cosas, ¿tiene sentido preguntarse por las relaciones entre traducción y terminología? Puesto en duda el valor del traductor como productor de terminografía, y aceptado el valor formativo-educativo del ensayo terminográfico que debe hacerse valer como una pieza importante en la enseñanza de la traducción —como creador de hábitos de exactitud y precisión, imprescindibles en el traductor generalista, pero sobre todo en el especializado—, ¿qué podemos hacer con la terminología/terminografía en el currículo formativo y profesional del traductor?
De las tres tareas que señala Boulanger a la terminología —buscar términos funcionales y organizados para un dominio del conocimiento, crear términos nuevos en caso de carencia y utilizar estos términos en los discursos temáticos— sólo esta última es competencia del traductor. Teresa Cabré lo ha expresado en cierta ocasión: "la terminología sólo interesa (a los traductores) por cuanto facilita la elaboración de un texto que se traslada". En este sentido, lo más importante en la educación del futuro traductor con relación a la terminología es enseñarle y habituarle a ser usuario, convertirle en un usuario empedernido de lexicografía y documentación terminológica: base de datos, tesauros, glosarios, etc.; ponerle al corriente de las producciones existentes, de los centros de producción terminográfica, de las últimas técnicas de gestión de glosarios, de bases de datos, programas, etc., para proporcionarle las condiciones para un ejercicio exacto y fiel de la traducción. Se ha demostrado que gran parte de los errores de traducción se deben, dejando aparte las malinterpretaciones de las estructuras sintácticas, bien al hecho de no disponer de la información léxica o terminológica suficiente, bien al hecho de no haberlas consultado.
No voy a abundar sobre la necesidad de crear estos hábitos en el traductor de textos técnicos. Es dato elemental de la experiencia. Pero la perentoriedad de la consulta terminológica no se agota en la traducción llamada profesional o técnica. También en el ejercicio de la traducción general y, sobre todo, en la traducción literaria, las obras de consulta terminológica son un material auxiliar imprescindible. La triple división de lengua de especialidad, lengua especial y terminología, vigente en el ramo, va dejando de tener los perfiles sociales que se asignaban a cada uno de esos niveles lingüísticos. La dualidad conceptual ciencia dura/ciencia blanda, vigente entre los terminólogos para delimitar su campo de jurisdicción, aparte de tener unas fronteras conceptuales bastante imprecisas, va dejando de tener vigencia. ¿Es que un libro de historia del arte que analice posibles técnicas pictóricas pertenece al ámbito de la blandura conceptual? ¿Acaso cabe en él lo "hermenéutico" y se trata, utilizando la terminología de Fred W. Riggs, de un texto délfico? Lo estético, valorable y apreciable y lo técnico, cognoscible y determinable formarán en él una unidad indisoluble. Podemos decir lo mismo de la bibliografía musical o, incluso, de la tauromaquia, actividad que, siendo un arte, tiene la más estricta terminología. El texto literario tiene un universo mucho más amplio que el texto o discurso técnico y en él caben, sin que para demostrarlo tengamos que echar mano al género de la "ciencia-ficción", los referentes de las ciencias más duras. El creador poético no es un ser arrancado de su entorno humano. De este toma aquel la materia prima poetizable y esta le obliga a enfrentarse con una realidad técnica a la que oportunamente puede y tiene que dar cabida en su relato o en su poema. Siendo la poesía, tomado este término en sentido genérico, una representación, de la realidad, la capacidad recreadora de los "términos" puede desempeñar una función estética y hermenéutica considerable. Por lo demás, términos botánicos —fre-cuentes en los poemas simbolistas—, militares —presentes en los relatos bélicos y antibelicistas, cuyo traductor debería comenzar por distinguir entre un obús y una bomba, un cañón y un mortero, un brigada y un brigadier—, de utillería industrial —ocasionales en la novela urbana— o administrativos —Oberarzt / Sekundarartz / Assistentarzt— o de materiales textiles —imprescindibles en las descripciones personales o prosopopeyas y etopeyas—, al no figurar en los diccionarios, pueden suponer importantes dificultades de interpretación. También los textos expresivos o literarios suponen un lenguaje de especialidad, de carácter no "críptico", por supuesto.
Los ejemplos de pasajes literarios que al respecto podrían documentar esta relación traducción/terminología serían interminables. Aparte de la evocación sonora y, consiguientemente, expresiva que pueda tener la palabra inglesa daffodil en un texto de Tennyson, reproducible en español por la genérica de asfodelo, la interpretación terminológica exacta supondrá para la comprensión/interpretación del poema un trabajo de seguimiento documental, sobre todo teniendo en cuenta que la posible consulta que el traductor hiciera en el Oxford English Dictionary le daría hasta cuatro acepciones, referidas cada una de ellas a diversas especies dentro de un mismo género o a diversos géneros próximos de plantas: el género asfodelo con tres especies, el género narciso con trece especies, entre ellas la Poets lily o white daffodil, y el narciso pseudonarciso o fritilaria (corona imperial). El resultado traductivo sería distinto si en español se tradujera por gamones que por asfodelos o por fritilaria. El pasaje de la novela de Huysmans A rebours en el que el barón de Esseintes pasa sus ocios dedicado al placer y disfrute de las bebidas espirituosas es de una gran dificultad terminológica, si se quiere hacer imperar la exactitud traductiva. La terminología médica y anatómica y de utillería presente en Berlin Alexanderplatz de Döblin —kakatoner Stupor, Mittelhirn, Kopf-grippe, Elektrisierapparat, Spirochät— constituye una dificultad que no siempre se soluciona con una consulta al diccionario. Personalmente recuerdo la traducción de un libro de Erich Kästner en el que aparecía toda una serie de términos de gimnasia que me obligaron a devanarme la cabeza y a dedicar horas de consulta terminológica hasta poder configurar, casi a ciegas, un texto coherente y exacto.
Además, el proceso de "terminologización" de la realidad social, es decir, del mundo "referencia" de la literatura, que nos complica cada vez más la vida, complica también su representación literaria y, por consiguiente, la traducción. Las antiguas tiendas de panadería/bollería, en las que hasta hace poco uno podía escoger entre el suizo y la hogaza, van dejando sitio a una serie de establecimientos y servicios comerciales diversificados que se expresan en los correspondientes términos y que pueden ir desde la fromenterie y la viennoserie francesas hasta la boutique de pan o la croissanterie. En alguna ciudad francesa he llegado a ver una juperie. No quisiera abundar más sobre este tema que tiene unos perfiles por lo demás bastante claros. Sí resumir lo que, a mi parecer y según mi experiencia, es el estado de la cuestión, Así pues, la expresión esquemática del binomio titular podría ser la siguiente:
Posibles interesados o aplicaciones
en la traducción de las Variantes de la disciplina
e importancia de las mismas
Traductografía Traductología
productor usuario productor usuario
traductor en ejercicio ** *** * *
traductor en formación ** ** * **
traductor en formación de postgrado *** ** ** ***
mediador lingüístico *** ¦ *** *** ¦ *** ¦
* necesaria para la cultura de la disciplina
** formativa de actitudes profesionales
*** fundamental para el ejercicio profesionalس
Miguel Ángel Vega
Universidad Complutense de Madrid
El título del tema que se me ha sugerido y que coincide, entre otros, con el de una afamada revista internacional publicada por la Unión Europea en Luxemburgo —lo cual me provoca una justificada sensación de hacer llover sobre mojado—, tiene dos vertientes, la pasiva y la activa. Una reflexión del binomio traducción y terminología, terminología y traducción podría atacarse desde múltiples puntos de vista. Voy a limitarme al aspecto más fenomémico en lo referente a la traducción humana. En todo caso podrá interpretarse bien en sentido activo, es decir, el traductor como productor de terminología, bien en sentido pasivo: el traductor/la traducción como producidos por la misma, como usuario. Voy a intentar hacer algunas reflexiones sobre ambas vertientes del tema que no pretenden ser más que eso: reflexiones. Para ello me voy a basar en la experiencia de la enseñanza y el ejercicio de la traducción —insisto que refiriéndome sólo a la traducción humana— tal y como la obtengo de los diversos campos de actuación (la universidad, la traducción literaria, la traducción libre, etc.), ateniéndome lo más estrictamente posible a la realidad y evitando la interferencia en el análisis de ésta de cuadros desiderativos, para que, mostrando los déficits y superávits al respecto, se pueda diagnosticar una situación a primera vista insatisfactoria y recetar el correspondiente remedio.
1. Niveles de la terminología
Hablar de traducción y terminología impone una consideración inicial: la terminología/terminografía, a pesar de su origen histórico —como se sabe en una escuela de traducción—, tiene/n una primera y fundamental referencia y aplicación intralingüística, al ordenar y sistematizar para uso doméstico, es decir, dentro de una lengua dada un conjunto de reales y sus correspondientes conceptos y términos. La terminología existiría y debería existir aunque no tuviera una aplicación interlingüística. Si no secundariamente, sí en segundo plano, ese ordenamiento puede y debe ser susceptible de un tratamiento contrastivo con los de otros sistemas distintos de reales/lengua. Y es aquí donde efectivamente entra su aplicación a la traducción, pues ésta es el caso "realmente existente" de semejante contraste.
2. Aplicación de la terminología a la traducción
Dicho esto, ¿cuáles son las utilidades traductivas de esta disciplina? Quisiera hacer valer el desdoblamiento conceptual que se encierra en esa especie de hiperónimo: la terminología propiamente dicha, teórica y descriptiva, y la terminografía, operativa y aplicada.
2.1. La terminología
Personalmente creo que la terminología, entendida como "conjunto de criterios de ordenación conceptual y onomasiológica de serie de reales" o, dicho de otra manera, como "teoría del trabajo terminográfico", tiene una limitada aplicación en la enseñanza de la traducción y escasa por no decir nula en su ejercicio, a no ser que al mero interés de supervivencia profesional se una el interés científico, no sólo legítimo sino, incluso, deseable. Al igual que el estudio de la lexicología no forma necesariamente buenos traductores ni necesariamente los perfecciona, tampoco el estudio de la teoría terminológica perfecciona manifiestamente el trabajo traductivo. A la inversa, tampoco el ejercicio de la traducción, la experiencia profesional del traductor sirve para hacer de él un lexicólogo, aunque pueda convertirle en profundo conocedor del léxico. Por eso, en lo referente a la enseñanza de la terminología en las Facultades de Traducción, bastaría que, en una introducción a los fundamentos del trabajo terminográfico y al uso de los tesauros, el profesor encargado de la asignatura diera unas nociones básicas y mínimas —distinción entre lexicografía y terminología, características de las lenguas de especialidad, concepto y término, normalización, normación, oficialismo o términos normalizados, neología, etc.— para que con ello quedaran cubiertas las necesidades de conocimiento teórico de la terminología en el trabajo del traductor.
En principio, al igual que el teórico de la terminología y el práctico de la terminografía no tienen por qué ser traductor —si bien algunos postulan la capacidad traductiva para el terminógrafo como requisito fundamental—, a la inversa, tampoco un traductor tiene por qué ser un terminólogo. El rendimiento profesional, es decir, económico, que un traductor pueda sacar de la teoría, de la descripción terminológica, es escaso, a no ser que quiera añadir a su capacidad traductiva, la de terminólogo. Secundariamente, dado que el traductor puede ser el primer usuario/(proto)lector de un texto técnico y su primer reformulador en una lengua/cultura, habría que darle la capacidad para que, en caso de topar en su actividad con neologismos en la lengua de partida, sea capaz de formar, conforme a las leyes del propio idioma y de la terminología, los neologismos pertinentes, si bien en este caso siempre debería asesorarse de un terminólogo.
2.2. La terminografía
No es este el caso de la terminografía, pues, como inicialmente he propuesto, el traductor a) puede ser productor de la misma y b) es y debe ser usuario de la misma.
2.2.1. El traductor como terminógrafo
He dicho que el traductor "puede ser" productor de terminografía, aunque de ordinario no lo es. Y al respecto no hay que hacerse ilusiones. Terminógrafo puede ser o bien el que se dedica al ocio de la enseñanza, al ocio de la escuela —aludo a la etimología del término escuela— o aquel que de este trabajo especializado quiera hacer su profesión, no así el profesional de la traducción que se dedica por imperativos existenciales al negocio de la traducción y al que normalmente no le van a pagar por la realización de trabajos terminográficos en sus múltiples modalidades. Difícilmente un traductor que ejerza la versión pro panem lucrando sacará la tranquilidad espiritual para dedicarse a la realización de los complicados ejercicios de sistematización conceptual, ni siquiera ad usum privatum. Personalmente no conozco a ningún traductor en ejercicio que dedique sus pocas horas libres a condensar sus experiencias terminóticas para la posteridad y ni siquiera para sí mismo. Los conocimientos que adquiere en su contacto con la realidad real y la textual los archiva mentalmente de una manera intuitiva y experimental.
Y tal como están las cosas, dudo de que esta situación pueda variarse esencialmente. Los traductores son unos ganapanes, dicho llanamente. En las escuelas de traducción se orienta la pedagogía a la obtención de un perfil profesional específico: el de un traductor de base que se gana su sustento con el ejercicio de la traducción y que, en definitiva, no es, si se me permite la expresión, más que un cura de misa y olla al que hay que darle el misal y basta. Hace años que la traducción dejó de ser un ejercicio de ocio cultural que realizaban los escolásticos eruditos que además de enseñar o escribir, traducían. La profesionalización del ejercicio de la traducción lleva a los traductores, más que a la "especialización", a la "economización" de su actividad. Por eso, la mayoría de las veces y en el mejor de los casos, su relación con la terminología se limitará a convertirse en un usuario de aquellos materiales terminográficos a su disposición, si es que tiene conocimiento de ellos, y a lamentarse de la escasez de los mismos. El tiempo, como es obvio, resulta un factor importantísimo en la productividad del proceso de producción traductora. Mientras no se pretenda convertir el perfil profesional del educando en las escuelas de traducción en algo más polivalente que el de un simple ejercitante de la traducción, tarea en la que el profesional pronto se verá parcialmente desplazado por la máquina, las cosas seguirán como están. Una posible polivalencia del perfil profesional iría expresada en el término Sprachmittler o mediador lingüístico o comunicador, quizás también en el de langagiers. Nuestras escuelas deberían cambiar su denominación y, consiguientemente, sus objetivos para ofertar una serie de posibilidades profesionales en el ámbito de la lengua que no se redujeran a la traducción e interpretación. Una de esas posibilidades podría ser precisamente el montaje de un currículo, paralelo o integrado, de terminólogo/terminógrafo. En todo caso, debo recordar que, cuando hace unos años, en 1989, se celebró en Italia, patrocinado por la aiti, un congreso sobre el tema Le nuove professioni per il traduttore e l'interprete, una comunicante, la profesora vienesa Bulher, abogó por la neta separación de las profesiones de traductor y terminólogo. Posiblemente el marco idóneo para un currículo de terminólogo sería el tercer ciclo —doctorado o máster— con base de traducción.
Sólo los traductores funcionarios o los aprendices de traductor en las escuelas podrán y, en el último caso, deberán desarrollar un interés por encima de las necesidades vitales e intentar ordenar o aprender a ordenar la experiencia conceptual del caos textual. Con todo, el rendimiento terminográfico de los estudiantes de las escuelas de traducción debe calificarse de escaso, a no ser que se realice en forma de trabajo doctoral o equivalente. Los conocimientos temáticos que el trabajo terminográfico requiere no son cubiertos por los que se mediatizan en las escuelas de traducción y, si bien es verdad que en terminología es perentorio el trabajo en equipo, la labor de orientación lingüística que podría aportar el traductor no siempre compensará la introducción de un traductor en los equipos terminográficos. Sólo en el caso de que, para obtener la superior cualificación científica, la del doctorado, el estudiante se dedicara, con la totalidad que exige la realización de una tesis, a la terminografía, se podría tener en cuenta la aportación escolar a la terminografía e, incluso, a la terminología.
Sin embargo, esa modesta tarea terminográfica que los alumnos de nuestras escuelas puedan desarrollar adquiere un valor añadido: el valor formativo o pedagógico inherente. Efectivamente, siendo la exactitud y la precisión las virtudes —teologales y cardinales— de la traducción de textos de lenguas especiales, habrá que imbuirles de un sentido acendrado de las mismas que encontrará en la terminología su mejor vehículo. El valor formativo del trabajo terminográfico lo hace aconsejable muy por encima de los créditos establecidos, si bien siempre con una base pragmática y orientada al futuro ejercicio profesional. Este le exigirá un hábito de conceptualización de la realidad que tiene en la terminografía su mejor vehículo, pues le creará lo que Norbert Kalfon llama la "conciencia terminológica".
2.2.2. El traductor usuario de la terminografía
Ante este estado de cosas, ¿tiene sentido preguntarse por las relaciones entre traducción y terminología? Puesto en duda el valor del traductor como productor de terminografía, y aceptado el valor formativo-educativo del ensayo terminográfico que debe hacerse valer como una pieza importante en la enseñanza de la traducción —como creador de hábitos de exactitud y precisión, imprescindibles en el traductor generalista, pero sobre todo en el especializado—, ¿qué podemos hacer con la terminología/terminografía en el currículo formativo y profesional del traductor?
De las tres tareas que señala Boulanger a la terminología —buscar términos funcionales y organizados para un dominio del conocimiento, crear términos nuevos en caso de carencia y utilizar estos términos en los discursos temáticos— sólo esta última es competencia del traductor. Teresa Cabré lo ha expresado en cierta ocasión: "la terminología sólo interesa (a los traductores) por cuanto facilita la elaboración de un texto que se traslada". En este sentido, lo más importante en la educación del futuro traductor con relación a la terminología es enseñarle y habituarle a ser usuario, convertirle en un usuario empedernido de lexicografía y documentación terminológica: base de datos, tesauros, glosarios, etc.; ponerle al corriente de las producciones existentes, de los centros de producción terminográfica, de las últimas técnicas de gestión de glosarios, de bases de datos, programas, etc., para proporcionarle las condiciones para un ejercicio exacto y fiel de la traducción. Se ha demostrado que gran parte de los errores de traducción se deben, dejando aparte las malinterpretaciones de las estructuras sintácticas, bien al hecho de no disponer de la información léxica o terminológica suficiente, bien al hecho de no haberlas consultado.
No voy a abundar sobre la necesidad de crear estos hábitos en el traductor de textos técnicos. Es dato elemental de la experiencia. Pero la perentoriedad de la consulta terminológica no se agota en la traducción llamada profesional o técnica. También en el ejercicio de la traducción general y, sobre todo, en la traducción literaria, las obras de consulta terminológica son un material auxiliar imprescindible. La triple división de lengua de especialidad, lengua especial y terminología, vigente en el ramo, va dejando de tener los perfiles sociales que se asignaban a cada uno de esos niveles lingüísticos. La dualidad conceptual ciencia dura/ciencia blanda, vigente entre los terminólogos para delimitar su campo de jurisdicción, aparte de tener unas fronteras conceptuales bastante imprecisas, va dejando de tener vigencia. ¿Es que un libro de historia del arte que analice posibles técnicas pictóricas pertenece al ámbito de la blandura conceptual? ¿Acaso cabe en él lo "hermenéutico" y se trata, utilizando la terminología de Fred W. Riggs, de un texto délfico? Lo estético, valorable y apreciable y lo técnico, cognoscible y determinable formarán en él una unidad indisoluble. Podemos decir lo mismo de la bibliografía musical o, incluso, de la tauromaquia, actividad que, siendo un arte, tiene la más estricta terminología. El texto literario tiene un universo mucho más amplio que el texto o discurso técnico y en él caben, sin que para demostrarlo tengamos que echar mano al género de la "ciencia-ficción", los referentes de las ciencias más duras. El creador poético no es un ser arrancado de su entorno humano. De este toma aquel la materia prima poetizable y esta le obliga a enfrentarse con una realidad técnica a la que oportunamente puede y tiene que dar cabida en su relato o en su poema. Siendo la poesía, tomado este término en sentido genérico, una representación, de la realidad, la capacidad recreadora de los "términos" puede desempeñar una función estética y hermenéutica considerable. Por lo demás, términos botánicos —fre-cuentes en los poemas simbolistas—, militares —presentes en los relatos bélicos y antibelicistas, cuyo traductor debería comenzar por distinguir entre un obús y una bomba, un cañón y un mortero, un brigada y un brigadier—, de utillería industrial —ocasionales en la novela urbana— o administrativos —Oberarzt / Sekundarartz / Assistentarzt— o de materiales textiles —imprescindibles en las descripciones personales o prosopopeyas y etopeyas—, al no figurar en los diccionarios, pueden suponer importantes dificultades de interpretación. También los textos expresivos o literarios suponen un lenguaje de especialidad, de carácter no "críptico", por supuesto.
Los ejemplos de pasajes literarios que al respecto podrían documentar esta relación traducción/terminología serían interminables. Aparte de la evocación sonora y, consiguientemente, expresiva que pueda tener la palabra inglesa daffodil en un texto de Tennyson, reproducible en español por la genérica de asfodelo, la interpretación terminológica exacta supondrá para la comprensión/interpretación del poema un trabajo de seguimiento documental, sobre todo teniendo en cuenta que la posible consulta que el traductor hiciera en el Oxford English Dictionary le daría hasta cuatro acepciones, referidas cada una de ellas a diversas especies dentro de un mismo género o a diversos géneros próximos de plantas: el género asfodelo con tres especies, el género narciso con trece especies, entre ellas la Poets lily o white daffodil, y el narciso pseudonarciso o fritilaria (corona imperial). El resultado traductivo sería distinto si en español se tradujera por gamones que por asfodelos o por fritilaria. El pasaje de la novela de Huysmans A rebours en el que el barón de Esseintes pasa sus ocios dedicado al placer y disfrute de las bebidas espirituosas es de una gran dificultad terminológica, si se quiere hacer imperar la exactitud traductiva. La terminología médica y anatómica y de utillería presente en Berlin Alexanderplatz de Döblin —kakatoner Stupor, Mittelhirn, Kopf-grippe, Elektrisierapparat, Spirochät— constituye una dificultad que no siempre se soluciona con una consulta al diccionario. Personalmente recuerdo la traducción de un libro de Erich Kästner en el que aparecía toda una serie de términos de gimnasia que me obligaron a devanarme la cabeza y a dedicar horas de consulta terminológica hasta poder configurar, casi a ciegas, un texto coherente y exacto.
Además, el proceso de "terminologización" de la realidad social, es decir, del mundo "referencia" de la literatura, que nos complica cada vez más la vida, complica también su representación literaria y, por consiguiente, la traducción. Las antiguas tiendas de panadería/bollería, en las que hasta hace poco uno podía escoger entre el suizo y la hogaza, van dejando sitio a una serie de establecimientos y servicios comerciales diversificados que se expresan en los correspondientes términos y que pueden ir desde la fromenterie y la viennoserie francesas hasta la boutique de pan o la croissanterie. En alguna ciudad francesa he llegado a ver una juperie. No quisiera abundar más sobre este tema que tiene unos perfiles por lo demás bastante claros. Sí resumir lo que, a mi parecer y según mi experiencia, es el estado de la cuestión, Así pues, la expresión esquemática del binomio titular podría ser la siguiente:
Posibles interesados o aplicaciones
en la traducción de las Variantes de la disciplina
e importancia de las mismas
Traductografía Traductología
productor usuario productor usuario
traductor en ejercicio ** *** * *
traductor en formación ** ** * **
traductor en formación de postgrado *** ** ** ***
mediador lingüístico *** ¦ *** *** ¦ *** ¦
* necesaria para la cultura de la disciplina
** formativa de actitudes profesionales
*** fundamental para el ejercicio profesionalس