¿Qué sabemos de los comienzos de la traducción científica en la Península?<br /><br />Todos, o casi todos, coinciden en decir que para conocer una disciplina hay que conocer su historia. Hoy por hoy sólo se tienen conocimientos parciales sobre el trabajo de traducción científica en la Península a partir del siglo X, pero no se dispone de una visión de conjunto en la que insertarlos: la historia de la traducción científica en España no se ha escrito todavía. Algunos aspectos parciales han concentrado hasta el momento casi toda la atención de los estudiosos; si se limita el estudio a esos aspectos, la imagen que se proyectará de la traducción científica perderá indefectiblemente riqueza y no reflejará toda su complejidad. Es un riesgo que hay que evitar. <br /><br />Nos falta, por tanto, una historia equilibrada de la traducción de los textos científicos. Y no es porque en España haya sido escasa la actividad de traducción, antes al contrario. Incluso ha habido épocas en que la mayoría de las traducciones científicas de Occidente se hacían en nuestro territorio. Para elaborar esa visión global de la que hoy carecemos forzosamente habrá que recurrir a la historia de la ciencia. <br /><br />Aquí vamos a restringirnos a uno de los períodos más fecundos de la actividad científica en España, los siglos XI, XII y XIII. Es una época en la que la ciencia se escribe fundamentalmente en árabe, y en mucha menor medida en hebreo y en latín. En la Península, por tanto, las traducciones se hacen a partir del árabe, primero hacia el latín y, en la segunda mitad del siglo XIII, empiezan a hacerse también hacia el castellano. Es claro que la traducción de obras científicas del árabe sólo tiene sentido en los territorios cristianos, que están por lo demás muy bien situados estratégicamente, muy cerca de al-Andalus, es decir, cerca de donde se está produciendo la ciencia y cerca de donde se dispone de las obras de la rica tradición científica árabe. En los territorios cristianos, prácticamente toda la actividad científica se reduce a la traducción y casi no hay producción propia. El panorama en al-Andalus es muy otro: el nivel de producción científica es muy elevado, especialmente en medicina y ciencias exactas; la comunidad científica cuenta con sus propias obras, escritas en su lengua, y con las adaptaciones o traducciones al árabe de los tratados científicos clásicos. Esas traducciones ya habían sido hechas unos siglos antes en el Próximo Oriente, sobre todo a finales del siglo VIII y a lo largo del s. IX, bajo el patronazgo de los gobernantes de Bagdad, en especial del califa al-Ma´mun. <br /><br />Toda historia de esos primeros siglos de la traducción científica en la Península deberá tener en cuenta varios momentos y varios colectivos. <br />A mediados del siglo X comienzan a traducirse obras del árabe al latín en los cenobios fronterizos. Diversos monasterios benedictinos, a los que acudieron monjes mozárabes, desempeñan un papel importante como vehículos de transmisión cultural de la ciencia árabe hacia el Occidente cristiano.<br />En el siglo XII tiene lugar en la Península un verdadero movimiento de traducciones científicas. La actividad de traducción se concentra en unos pocos focos, en torno a sabios o al amparo de mecenas. Así, Hugo de Santalla trabaja en Tarazona y Platón de Tivoli en Barcelona. Pero es en Toledo donde se forma un grupo importante de traductores, bastantes de ellos procedentes de otros países. No parece que estuviesen agrupados en una escuela de traductores, en el sentido de docencia organizada, sino que únicamente mantenían lazos de dependencia personal con un mecenas, Don Raimundo, arzobispo de Toledo (1126-1152). De ese grupo destacan los nombres de Juan de Sevilla, Domingo González y, sobre todo, Gerardo de Cremona, traductor al latín de las versiones árabes de obras de Euclides, Arquímedes, Menelao, Ptolomeo, entre otras. A ellos corresponde el inmenso mérito de haber transmitido a Occidente lo esencial de la ciencia clásica, y también de la ciencia oriental, varios siglos antes de que se tradujeran directamente del griego al latín los tratados clásicos.<br />La traducción arabigohebraica cuenta en la Península con profesionales de gran renombre, como Abraham Ibn Ezra (s. XII) o los miembros de familia Tibbon, constituida por cuatro generaciones de traductores científicos, afincados en Cataluña y el Languedoc, y cuyo personaje más conocido, como traductor y astrónomo, es Jacob ben Mahir (finales del s. XIII).<br />En torno a Alfonso X, que reinó en Castilla de 1252 a 1284, se creó en Toledo un grupo de traductores que escribieron, adaptaron o tradujeron obras literarias, jurídicas, históricas, religiosas y científicas para el rey. Todas las obras científicas alfonsíes versan sobre astronomía y astrología (disciplinas claramente diferenciadas hoy, pero no entonces). De los quince colaboradores del rey Sabio que participaron en esas obras, cinco fueron judíos y diez no judíos. Los traductores judíos fueron los más activos, y entre ellos Yehuda ben Mošé e Ishaq ben Sid, pues intervinieron en la redacción o la traducción de 23 obras. Los traductores no judíos Juan d'Aspa, Egidio de Tebaldis y Bernardo el arábigo, entre otros, se ocuparon de otras 12 obras científicas. La actividad de estos traductores, revisores, retraductores y autores al servicio de Alfonso X no tuvo tanta trascendencia, desde el punto de vista de la transmisión de saberes científicos, como la de sus colegas toledanos un siglo antes. Su aportación principal consiste en la elaboración de un lenguaje astronómico en castellano a partir del árabe, cuyos ecos siguen presentes en la actualidad.<br />José Chabás<br />JECL 4/12<br />
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إحصائيات Arabic Translators International _ الجمعية الدولية لمترجمي العربية
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